Soy la Otra de una tal Lola.
La que se alberga en el interior de una dama convencional. Soy las dos. Y de ésta, también soy la Otra.

Cualquier parecido con la realidad en personajes o historias, es mera intrascendencia.

martes, 20 de agosto de 2013

La cena

En los años en que Lola disfrutaba de una soledad pasmosa, perdida entre la gente, en sí misma y sirviendo mesas conoció a una pareja peculiar. Frecuentaban el café a diario y, con tanto roce, se fue creando entre ellos una relación especial. Al principio sólo charlaban con Lola mientras ella colocaba las infusiones en la mesa. Poco a poco las visitas al local se hicieron regulares y pronto estaban quedando fuera para compartir alguna salida.
La pareja rondaría los cincuenta años. Lola no llegaba aún a los treinta. Él era un hombre charlatán y regordete, ella callada y observadora.
Una noche se presentaron en casa de Lola con una cena típica.
La noche y la charla fueron avanzando hasta que la mujer mencionó que su marido había sido masajista deportivo, que era muy bueno, que probara a darle a Lola masajes en los pies.
Lola reía y dejó caer sus pies en el regazo del hombre ante la autorización de la mujer.
Cuando se fue relajando y disfrutando se tumbó en el sofá que ocupaba. El hombre susurró a su mujer que apagara la luz.
Lola confiaba en la pareja, se estaba dejando llevar. No había nada de malo en unos masajes de pies autorizados por la propia mujer de quien los daba.
No recuerda cómo, tampoco le resultó alarmante, pero yo salí sin permiso y fluyendo totalmente con la situación.
Me situé encima de él, que ahora ocupaba el largo del sofá, tumbado y jadeante.
Sólo recuerdo el nombre de ella, Graciela.
Agarré su pene y lo hundí en mi sexo, por debajo de una larga falda pareo que apenas ya me cubría.
Alargó sus manos y subió mi camiseta. Más se excitó al contacto con mis senos, e hizo de narrador.
-Sabes lo que está haciendo Graciela? -me dijo en tono viejo verde libidinoso- me está comiendo las bolas.
Ni me giré. Bastante entretenida estaba montando al potro adusto.
Me pidió que lo besara y apenas choqué sus labios. Sólo quería retorcerme encima y atraer sus manos callosas al contorno de mis pechos.
Él más gemía en cuanto yo más me los hacía apretar.
-Graciela, trae el huevito- le dijo a su mujer.
La tipa no hacía ni un ruido, tampoco se le había ocurrido tocarme un pelo. Se ve que le ponía que su marido se lo montara con otra.
Graciela me acercó un instrumento pequeñito. Era un huevo kínder del que salía un cable, y activó el aparatejo antes de que el marido me lo pusiera justo encima del clítoris.
Aquello empezó a vibrar, y yo al unísono. Creo que resultó más fructífero que el tipo (o más rápido), porque en cuanto el huevo hizo su efecto y me dio un orgasmo alucinante, me aparté de su cuerpo inmediatamente.
Volvió Lola por razones inexplicables a apoderarse de mi cuerpo, se bajó la falda y la camiseta, caminó hasta la puerta y se las abrió.
-Tengo que levantarme temprano mañana-les dijo.
En cierto modo, entiendo su actitud. Los tipos no jugaron limpio, no avisaron sus intenciones, y, de algún modo, se aprovecharon de la soledad y el candor de Lola que, aquella noche, había aceptado la invitación a cenar.
Graciela recogió sus cosas. El marido se levantó subiéndose los pantalones.
No sabían muy bien qué decir. Sólo se marcharon por la puerta abierta sostenida por Lola, que se dejó besar por ella.
Al día siguiente Lola fue a trabajar, había sido una noche muy loca para ella, su primera experiencia sexual con dos personas a la vez y no podía dejar de pensar en esto durante toda la jornada.
Sobre las once se masturbó en el baño, con un ímpetu fuera de lo común.
La excitación le duró hasta la noche. Se acercó a casa del amante de entonces y lo asaltó sin pudores casi al entrar.
Después de unos días, Graciela apareció sola en la cafetería. Se pidió una infusión sin decirle una palabra.
Lola no le hizo mucho caso, pero intuyó que la pareja hablaría sobre la técnica de abordaje.
Después de una hora en que a Graciela le dio tiempo a leerse el periódico, tomarse una infusión y fumarse dos cigarros, Lola se acercó.
-Ya sabes donde vivo y mis horarios. Pero vas sola.

1 comentario:

  1. Un extraño relato, pero excitante en alguna medida... es un buena historia, pero a veces hay que jugar un poco más y personalizarse en ella. www.nectares.blogspot.com

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